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La libertad que encontré en Al-Anon

Llegué al programa sintiéndome encerrada, sin esperanzas. Venía de un hogar marcado por el alcoholismo, donde crecí entre caos y dolor. Sin darme cuenta, me convertí en prisionera de mi propia vida, cargando piedras de resentimiento que pesaban más que yo. En las primeras reuniones hablé, lloré y me quejé durante meses, pero en Al-Anon nadie me juzgó; esas lágrimas comenzaron a limpiar mi corazón. Desde que crucé las puertas de la sala, nunca más estuve sola. Encontré hermanas de corazón que me apoyaron cuando no podía sostenerme sola.

El milagro más profundo fue redescubrir al familiar que creí perdido. Aprendí a separar a la persona de la enfermedad del alcoholismo. Donde antes solo veía al enfermo, volví a encontrar el amor, el respeto y la admiración que pensé desaparecidos. El programa fue mi cincel paciente; cada herramienta, cada testimonio, rompió los barrotes de mi prisión. Entendí que merecía sanar, aunque el alcoholismo siguiera presente.

Mi hogar dejó de ser un campo de batalla porque yo cambié. A veces me sorprendo riendo con ese ser querido como lo hice antes, pero ahora valoro cada momento con nueva conciencia. El programa no me devolvió el pasado: me regaló un presente donde elijo serenidad sobre caos. Los principios de Al-Anon son mi brújula, y en las salas encuentro mi refugio.

Verónica – Revista Gotas de Sabiduría N° 11 – Venezuela.

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