Las lágrimas de una madre
A quien me preguntara si soy feliz, le contestaría con lágrimas en los ojos, que sí lo soy. ¿Lágrimas? diréis. Sí, lágrimas, pero “lágrimas dulces” que van borrando para siempre toda la pesadilla de ayer.
Jamás dejé de pedir por la sobriedad de mi hijo, y mi corazón de madre pasó por todos los tormentos inimaginables. Pasé noches de interminable desesperación, angustia y dolor, esperando siempre malas noticias. Me era imposible dormir, y cuando oía llamar a la puerta, me quedaba en suspenso, esperando que llegaran a mis oídos, que nunca se acostumbraron, los tremendos gritos de mi hijo, que me aterrorizaban. A veces venía la gente a decirme que se encontraba caído en la calle; otras veces lo traían sus amigos, golpeado o herido; otras me avisaban que estaba en la cárcel. No les puedo negar que cuando lo encarcelaban, sentía, hasta cierto punto, un descanso. Y no porque me gustara que estuviera así ¡NO! Sencillamente porque pensaba que así se libraba de los muchos peligros que corre un pobre borracho por la calle. Sin embargo, a los pocos días corría con el alma dolorida, para que lo pusieran en libertad.
… Gracias a mi experiencia, me atrevo a sugerir a los familiares de los alcohólicos, muy especialmente a otras madres, que vayan en busca de Al-Anon, en donde encontrarán las semillas de una vida mejor.
Grupos de Familia Al-Anon. Pág. 97-98